El dulce rancio de Mas Martinet: veinte años y 300 botellas
Esta mañana hemos visitado la bodega Mas Martinet, donde Sara Pérez nos ha hablado del nuevo vino que, mucha atención, si nada pasa, sacará al mercado la primavera del año que viene. Y esta vez, más que nunca, se trata de un vino muy especial: el dulce rancio de Mas Martinet, un vino que Sara empezó a gestar justamente hace veinte años, en 1995. Serán sólo 300 botellas (botella arriba, botella abajo), y se distribuirán por los canales habituales… Y con el permiso de Mas Martinet, nosotros tendremos, naturalmente.
Para entender este vino y sus porqués, Sara se remonta a su infancia, cuando tenía unos diez años y le tocó acompañar a su padre, José Luis Pérez, a hacer una visita a la Asunción Peyra, el alma mater de Cellers Scala Dei. Sara sólo recuerda dos cosas, de este encuentro. Primera, que la visita “fue un rollo” para una niña de diez años o once. Y segunda: que, al acabarse el “rollo”, Asunción Peyra bajó los dos invitados al Celleret dels Àngels (donde tenía los rancios y los dulces) y que les dejó probar un dulce del año 1964 que le pareció la gloria. “Eso sí que me gusta”, recuerda que decirse.
A partir de aquí, Sara Pérez traza un discurso que reivindica la necesidad de mirar atrás para no renegar de estos vinos rancios y dulces envejecidos que elaboraban la mayoría de familias del Priorat y que eran los grandes vinos que se servían en las casas cuando había invitados, fiestas de guardar o se trataba de quedar bien. Así pues, este proyecto “quiere conectar con la tradición y las maneras de hacer históricas que, a menudo, no se transmiten a las nuevas generaciones”, reflexiona. Se trata, pues, de hacer enología y, a la vez, antropología, en cierta medida. “Cuando conoces la tradición y la investigas, todo ello te sirve como pilar para seguir creciendo y terminar escogiendo mucho mejor cuál es el camino que tú quieres recorrer”, añade.
La primera uva que hay en el dulce rancio de Mas Martinet que verá la luz en 2015, es una garnacha del año 1995. Sin embargo, las madres que le sirven de base son mucho más antiguas. Son unas madres provenientes de unas botas centenarias de Torroja que se les quedaron en las manos, completamente deshechas, desguazadas las duelas, al intentar reaprovecharlas.
La pregunta es si había que esperar veinte años para sacar las primeras botellas de este dulce rancio envejecido.“Sí, porque es ahora que está afinado y en su punto”, responde Sara Pérez. No se trataba, pues, de querer hacer un rancio a la manera tradicional y correr con toda la impaciencia de nuestros días. Y es verdad que son veinte años que han valido la pena, porque el resultado ha acabado siendo un vino goloso, equilibrado, delicado y fuera de serie. Una verdadera joya.